Cancioncita

Yo te veo florecer

cada mañana en mis mañanas

Yo te veo florecer

cada mañana junto al alba

Traes luz a este jardín

con amor y alegria

Traes luz a este jardín

con amor la flor de un día

Cuando cae el sol

refugio para el amor

Cuando cae el sol

abrigas mi corazón

Flo re ce

Flo re ce

Flor es ser

Ps. Eres la cancioncita de mi corazón

Útero


S alguna vez, al ir de visita a donde su familia, dijo que la casa de sus padres era como un útero
.Ese día habíamos hecho una larga caminata y adoloridos buscábamos un refugio, un lugar en el que nos sintiéramos a salvo.

¿Qué hay en un útero?
Calor de mamá
¿Abrazos de papá?
Besos de un hijo
¿Risas de un sobrino?
Juegos infantiles
¿Jugo de mora, lulo o maracuyá?
Luz cálida
crema de ahuyama, pescado sudado


Caminar, caer, detenerse, reírse, llorar, volver para llegar de nuevo al inicio de la vida que no es más que el calor del amor.

La última vez que volví a la casa de mi madre entendí lo feliz que me hacia volver a ella, volver a sentir su aliento, escuchar sus historias y sus risas. Ver sus manos sabias y dulces.

Pensé que volver a los seres amados, volver a sus recuerdos o volver a verlos es volver a entender como el amor se crea en cada momento, y no se agota, permanece.

Si pudiéramos expandir el amor que se gesta en el útero ¿Cómo serían nuestras relaciones? ¿Tenemos la libertad de volver al punto cero? ¿Volver a la primera sensación de felicidad? ¿Qué nos distrae para hacerlo? ¿Es silencioso ese camino de vuelta? ¿Tiene preguntas? ¿Quién se las hace?

Imaginemos lo poético que es decir que queremos vivir con alguien, compartir la vida, caminar juntos, hacernos preguntas, confiar en las emociones. Crear un refugio propio, un útero compartido, para que otros lleguen, sanen y solo tal vez, así sea por un instante, se sientan a salvo.

Cuando llegan los monstruos

a S y sus notas desperdigadas en mis recuerdos

Ayer llegaron los monstruos, esos que me advertiste cuando te despediste con un dulce beso en la frente. Escuché sus pisadas en el techo, sus susurros al pasar el umbral de la puerta principal, sus lentos pasos atravesando el corredor .

Llegaron mientras yo estaba en el baño trenzando mi pelo (ese que detesto a ratos y quisiera cortar), llegaron mientras evadía el reflejo del espejo y apagaba la luz para no tener que enfrentarme a esa sensación constante de pequeñez.

Cerré la puerta del baño y me senté en un rincón a llorar, enjuagaba mis lágrimas con mi cabello y pensaba en lanzarme por la pequeña ventana que da al jardín lleno de ortigas en flor.

De pronto cesó el llanto y escuché tu guitarra, habías vuelto y cantabas esa canción de la montaña y mi alma se encendió de nuevo. Cerré la ventana del baño, encendí la luz y fui al cuarto a buscarte.

Noté que no habías regresado, era tu amor que se había quedado para hacerme compañía y abrazarme en el momento en el que los monstruos amenazaran con consumirme.

Bajo presión

agrietada

tonta

Con la idea inútil de florecer entre hojas secas, quebradas, prensadas

agrietada

leve

Con la frágil idea de recoger entre los escombros pedazos de vidas pasadas que en algún momento estuvieron de pie

agrietada

observada

Con la obtusa idea de asomarse al precipicio que se quedó sin ventanas para saltar

agrietada

olvidada

Con la idea imperante de atragantarse de imágenes, rostros y cuerpos irreales

agrietada

borrosa

mohosa

censurada

cautiva

Llegar a casa

¿Dónde está realmente el hogar? ese lugar en el que encontramos refugio a nuestros miedos y sueños

en la ventana por donde se ve el perfil de la montaña

¿en una casita al final de un bosque o en la plaza de mercado donde compra la fruta mamá?

¿en la nieve con Mati viendo la inmensidad de un árbol navideño?

en el abrazo de despedida antes de abordar un avión

¿en el delfín de peluche heredado?

en los juguetes desperdigados de Juanes

en la sonrisa de J

¿en el cuarto al final del pasillo que aparece en sueños?

a veces lo busco incansablemente entre memorias y fotografías

a veces simplemente cierro la puerta y se que llegué a casa porque huele a pastel de yuca recién hecho

Conversaciones incompletas

-…

-No sé, si supiera no andaría de un lado para otro, no me equivocaría de estación ni llegaría tarde a la hora del café, del té, de la leche achocolatada

-…

-No sé, sinceramente creo no saberlo, duele no saberlo

-…

-Puede ser ¿Realmente sé cómo es el odio? Es raro decir que uno puede odiar algo, alguien. Tal vez es miedo

-…

-Mmmm. Creo que no es mío únicamente, es como si llevara un lastre que no me pertenece. Puede ser un miedo heredado

-…

-Si, siento mucho miedo, no tendré a donde ir. Tal vez es el miedo a tener otro lugar, a construir uno nuevo y luego perderlo.

-…

-Es un vacío enorme en el centro del pecho o un peso extraordinario que te aferra a la cama, al suelo, al recuerdo

-…

-Cuando respiro y lloró me siento mejor. A veces busco refugio y lo encuentro en el amor

-…

-Yo también te quiero y te extraño

-Chao má

-Chao hijo

Silencio

Llevamos el ruido a la montaña, a la selva, al lago, lo llevamos como lastre, interrumpiendo, rompiendo, atravesando atmósferas.

Rompemos el silencio que no es silencio sino susurro de la vida. Vamos aniquilándolo porque huimos de él, huimos de los momentos, de la quietud, del ahora.

Construimos motores ruidosos para acallar el silencio, para sentir que podemos rugir mas fuerte que otros seres, sentirnos superiores. Diseñamos máquinas luminosas que emiten sonidos estridentes, constantes, abrumadores y nos acostumbramos a ellos.

Le tememos al silencio como si no estuviera lleno de mensajes poderosos, lo domesticamos, lo negamos, lo olvidamos. Nos convertimos entonces en seres frenéticos y amargos y hacemos del ruido el paisaje sonoro de nuestra existencia. Si tan solo acalláramos un poco el afuera qué podríamos entender? que lograríamos sanar?

Ir al silencio y volver llenos de todo

Vivir en el silencio un momento

Detenernos un instante

Tan libre

Amor supremo tangible, tanto
tanto tan bueno y tan libre, tan libre
(N. Hardem)

Me gusta conmoverme con el movimiento de la vida

Ver el mundo como si fuese la primera vez

Ver por la ventana de los buses, reconocer árboles, recordar el rocío que riega las almas

Ver por la ventana de la mañana, reconocer la vida, recordar al ser amado

Ver por la ventana de la vida, reconocer el amor

Me gusta conmoverme con la vida de a pocos regalarle lágrimas al rocío

Ver el amor a los ojos, entender sus matices, comprender sus texturas

Me gusta conmoverme con la vida y susurrarle libertad

Me conmueve la vida porque tu estas en ella

Epifanía


Tendida en la cama vio como la imagen del closet se desvanecía, como si una dimensión paralela amenazara con atrapar ese instante.

Las imágenes se movían intentando perderse entre lo real y lo soñado, ella cerró los ojos por un segundo mientras un escalofrío sacudía sus entrañas. Se acurrucó en la cama mientras pedía con todas sus fuerzas un momento más, quedarse para poder aferrarse a la vida.

Abrió los ojos para comprobar que su plegaria había sido escuchada y a lo lejos reconoció la voz de él que sonriendo secaba su pelo y lanzaba al aire un beso.

Soltar las culpas

Gestamos culpa, saltamos

Es una orden;

Abrir las piernas. Cerrar la boca

Ser almacén, aguantar (Jimena González)

La culpa. Me culpé, nos culpamos, nos culparon, esa fue la reacción. Nosotras solo confiamos en ese otro cercano, el de los brazos cálidos, confiamos porque el mundo dijo que eso estaba bien. El acto más grande de fe.

El olvido. Decidí guardarlo en lo más recóndito de los recuerdos, en ese agujero al que se van los desamores, las memorias de los golpes y las pérdidas más profundas. Olvidar porque es el antídoto más fácil, el mas cercano.

La palabra. Ponerlo en palabra, en canción, en poema, en relato familiar, en lágrimas colectivas. Contarlo para recordar, saber que pasó, contar que el dolor invadió el pecho como un crujido estruendoso. Intentar contar una historia dolorosa sin eco o con ecos acallados, intentar contar una historia con el miedo amenazando como un hongo que carcome las plantas hasta volverlas grisáceas. Grisáceas como las almas de quienes no nos permiten huir.

Llorar. Dejar que los ríos del alma se invadan de llanto, ese llanto que quema la garganta y seca los párpados, ese llanto embriagador que cierra las heridas. El llanto de una, de todas, de todos. El llanto que se lleva al lago, a la cascada, al mar para dejarlo fluir, para que se convierta en ola y se destruya en un estruendoso espectáculo de rocas que vibran.

Yo, tu, ella, ellas, nosotras, todas las que llevamos la violencia a cuesta, el dolor en la espina dorsal, el llanto acumulado en las muñecas, la presión en la garganta, el miedo en las alas. Nosotras las que al escucharnos coincidimos en este dolor que compartimos de ser el deseo de un traidor.

yo te creo y te acompaño en ese relato de dolores colectivos.

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